Lucho Bugallo

El único gran plan que tiene el gobierno es conducirnos al autoritarismo y la servidumbre

Cuanto menos libre sea el ciudadano, menos poder tiene, esto es, menos independencia para elegir quién lo gobierne, cómo prosperar, en qué trabajar, cómo conducir su vida.

Cuanto menos libre sea el ciudadano, menos poder tiene, esto es, menos independencia para elegir quién lo gobierne, cómo prosperar, en qué trabajar, cómo conducir su vida. En definitiva, el poder del ciudadano es su libertad para buscar su felicidad. Hace ya tres siglos que el mundo debate y lucha entre el poder del ciudadano y el poder de quién gobierna. Cuanto más poder tiene el que gobierna, más rico es; en cambio, cuanto menos poder tiene el gobernante, más rico es el ciudadano. Cuanto más propiedad posea el ciudadano, más libre es frente a quien lo gobierna. Cuanto menos dependa del Estado sus ingresos el ciudadano para vivir, más democrático es ese Estado. Por este motivo, los países más ricos son más libres que los pobres. Y por ende, más democráticos. Siempre agoniza la democracia en aquellos países donde el ciudadano depende de la dádiva estatal y/o religiosa. En Argentina también vivimos dicha lucha. El Estado y la religión oficial avanzan sobre la libertad del ciudadano, lo condicionan, lo acorralan. Cada vez hay menos libertad; cada vez más limosnas y dádivas. Cada vez más dependencia de ideas y de ingresos. Cuando se repite que los Fernández no tienen un plan, se equivocan, sí lo tienen: es reducir a la mínima expresión el poder del ciudadano, es decir, reducir su libertad en todos los sentidos. El plan es llevarnos hacia una servidumbre cuyo amo y señor será un gobierno autoritario enquistado en un Estado omnipresente.

El kirchnerismo tiene en su ADN un cromosoma totalitario, siempre latente, aguardando el momento oportuno para ser expresado. De ello, prácticamente nadie tiene dudas, ni los propios que lo celebran eufóricos dejándolo se evidencia, ni los ajenos cuando lo condenan. Lo han demostrado en sus anteriores 12 años de gestión, lo siguen demostrando ahora y lo demuestran con la simpatía manifiesta a otros similares regímenes totalitarios en la región. Se identifican con el modelo de Estado donde un líder populista conduce y el resto obedece, incluido los demás poderes. En su concepción de ejercicio del poder, el legislativo y el judicial no deberían existir y de no ser posible, reducirlos a una mínima expresión de poder. El objetivo político del kirchnerismo es el ejercicio autoritario del poder. Es un populismo identificado con la izquierda que sólo contiene democracia en su legitimidad de origen. Ellos desconocen la existencia de una legitimidad en el ejercicio del poder y por tanto no se falta a la verdad cuando se los define como una “neo dictadura”. Un gobierno que llega al poder elegido democráticamente por el voto, pero que al asumir el control del Estado busca constantemente implementar todas las reformas necesarias para modificar el sistema por el cual llegó al poder, y de esta manera, perpetuarse como monarcas. Ella la reina, por encima de todo; él, su Primer Ministro.

Entre las conocidas herramientas para lograr su cometido están: el adoctrinamiento o fidelidad de los medios de comunicación para lograr una voz única y controlada usando para tal fin recursos públicos; reformar el código electoral para que con herramientas o procedimientos engañosos habiliten el fraude y el control de los resultados; destrucción o empobrecimiento del sector privado e independiente de la dádiva del Estado (su principal obstáculo para ejercer el poder de forma discrecional); multiplicación de la pobreza de donde se nutre la verdadera base de sustentación electoral; reforma judicial para lograr la subordinación total cuyo objetivo siempre es buscar la impunidad absoluta; y por último, el broche final, una reforma constitucional orientada a las nuevas necesidades “del pueblo», con claras inclinaciones y tintes “populares, sociales e igualitarios”, palabras jamás ausentes en la épica populista, pero que en definitiva, no buscan otra cosa que la instalación definitiva de una -neo- dictadura.  

El objetivo político del kirchnerismo es el ejercicio autoritario del poder.  

Lo explicado anteriormente no es un invento de quien suscribe, tampoco es fruto de una paranoia ni de teorías conspirativas, está escrito. Es la receta del Foro de San Pablo. Son los pasos a seguir para alcanzar el estado nirvana del Socialismo del Siglo XXI. Para convertir a las débiles democracias liberales en dictaduras modernas. Fue la receta original que siguió Chávez y Maduro en Venezuela. Fue también la receta de Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia. También fue del kirchnerismo. Receta inconclusa debido el fallecimiento de Néstor Kirchner, el cual truncó el sucesivo cambio de mandatos entre ambos integrantes del matrimonio patagónico y en segundo lugar, cuando en 2012 millones de argentinos salieron a las calles de todo el país, obstaculizando el plan de reelección eterna. Aquella gesta ciudadana los desorientó. Perdieron el control monopólico de la calle. Entonces empezaron las internas en el seno del poder K y fue el inicio del derrumbe político que terminó con el triunfo de Cambiemos en 2015.

Hoy la historia se repite, agravado por el contexto de pandemia que les entrega el mejor escenario posible para la ejecución de la magistral receta autoritaria: una justicia parada, ausente de la vida democrática y republicana del país, una justicia puesta en cuarentena, solo habilitada para liberar presos; el Congreso y las legislaturas provinciales rodeadas, limitadas y sin herramientas constitucionales por una supuesta cuarentena que nos protege de «la muerte»; algunos sectores de la oposición cómplices, disfrazados de lobos pero siempre a mano para acompañar con el voto; los medios de comunicación, partícipes necesarios salvo escasas excepciones de pocos periodistas valientes, con el mensaje único del miedo y en escasa información objetiva; y el infaltable enemigo externo que nos amenaza: que anteriormente supo ser EEUU, el imperio, el capitalismo y hoy, lo reemplaza el Covid-19.

Por último, vemos una sociedad polarizada, dividida, encerrada con miedo. Que entrega sus derechos y libertades individuales a papá Estado que nos «nos protege de la muerte», piensa y decide por nosotros, mientras destruye todos los engranajes económicos e institucionales  que aún nos restan. El plan está a la vista de todos. Hacia allí se dirigen esperando que la sociedad adormecida y acobardada no trate de detenerlos.

Publicado en Perfil.